Un acontecimiento verdaderamente especial para tu hijo: no es una simple cuestión de higiene, ¡sino también un momento de bienestar y de complicidad que vive junto a ti!
Son muchas las preguntas que surgen de manera espontánea cuando nos enfrentamos a los primeros baños: ¿cuándo? ¿Con qué frecuencia? ¿Con jabón o sin jabón? ¿Llorará? No hay que tener miedo, con un poco de buen sentido y algunos consejos, el baño se transformará en un momento de gran placer para ti y para tu pequeño.
Lo primero que hay que recordar para que el baño sea un momento agradable es la temperatura: el ambiente, en el que se realiza este rito, y el agua deben estar bien calientes. ¡El frío molesta mucho a tu pequeñín! Sin embargo el agua tampoco debe estar demasiado caliente porque los recién nacidos se queman más fácilmente que nosotros: la temperatura ideal es 35-37°, para que se mantenga su temperatura corporal natural. El calor del agua ayuda a tu hijo a relajarse y a disfrutar más de tus mimos.
En segundo lugar, para que sea un momento verdaderamente especial no debe realizarse con prisas: así que en vez de baños rápidos, es mejor ¡“pocos pero buenos”! No es absolutamente necesario hacer un lavado completo todos los días: un baño cada dos días es más que suficiente, lavarlo demasiado podría hacer que su delicada piel se volviera aún más sensible.
Una nota importante: no es aconsejable lavarlo siempre con jabón. En cualquier caso elige siempre aceites y geles indicados para recién nacidos y no exageres con su uso.
¿Y si rompe a llorar en cuanto lo metes en el agua, transformando este relajante momento en un coro de gritos? Si eliges el momento en que se acaba de despertar para bañarlo, quizá los llantos y los gritos se deban más al hambre y no tengan nada que ver con el agua. Intenta cambiar esta costumbre: bañarlo después de comer, además de ser útil para limpiarlo de la ’”inevitable caca”, lo relajará y facilitará que se duerma después.