Las primeras palabras conquistadas durante los pasados meses comienzan a mezclarse para formular frases que aunque sean breves sirven para hacerse entender por ti, por el papá, por los amigos.
Día tras día tu hijo enriquece su vocabulario, sigue aprendiendo términos y cada vez que pronuncia una nueva palabra tú sientes una gran emoción.
Pequeñas palabras que de repente empiezan a mezclarse, unirse y transformarse, de la noche a la mañana, en breves frases. Simples, a veces gramaticalmente incorrectas, pero de gran eficacia y… ¡de gran efecto emotivo!
Así comienza el fantástico camino hacia una comunicación nueva entre tú y tu hijo: yo no tendrás que interpretar llantos ni sonrisas, finalmente podrás saber lo que le pasa por su cabecita.
Tú eres un gran estímulo para enriquecer su lenguaje y perfeccionar sus “discursos”: contad juntos una historia, a través de las imágenes invítalo a completar tus frases, hablad de las cosas que más le llaman la atención.
Mientras jugáis, comunícate con él: por medio de las palabras acompaña las acciones y si se presenta la ocasión, invítalo a responder. Intenta usar siempre los nombres “correctos” de las cosas: háblale del “perro” no del “gua gua”, del “coche” y no del “brum brum”, aunque él utilice estos términos.
Cuando cocines, prepares la mesa o su cuna para que duerma, llévalo contigo y con simples palabras explícale lo que estás haciendo. Él lo observará todo, lo asimilará todo, incluso cuando a ti te parezca que no esté demasiado interesado: de repente y con gran naturalidad hará suyas tus frases y tus explicaciones.
Y cuando sea su momento, cuando sea él quien hable contigo, escúchalo sin interrumpirlo y sin anticipar lo que va a decir: disfruta de la belleza de sus muchas palabras, palabras, palabras…