Cuando un peluche, una mantita, una muñeca, se transforma en un inseparable compañero de vida para tu hijo.
Desde hace algún tiempo te has dado cuenta de que tu hijo prefiere jugar y tener consigo solo ese osito. Está siempre con él y a ti te ha provocado un gran sentimiento de ternura… Hasta que llega el día en que, con la prisa por salir de casa, el osito no se encontraba por ninguna parte y la reacción de tu hijo es muy fuerte: rechazo a moverse sin el amado objeto y llanto inconsolable.
¿Cómo es posible que tu hijo se haya afeccionado tanto a ese objeto?
A partir de los seis meses de vida, tu pequeño es capaz de entender que quién está con él no estará presente las 24 horas del día y que por lo tanto tendrá que enfrentarse con el momento de la despedida, de la separación de sus seres queridos. Este es un paso muy importante para el desarrollo de tu hijo, porque está aprendiendo a establecer dentro de sí mismo una representación de mamá y papá que le permite recordaros incluso cuando no estéis con él. Está entendiendo que si salís, volveréis.
Así, entra en escena el osito del alma, tanto para atenuar la tristeza de la separación como para experimentar una relación afectuosa con alguien diferente a él, que se convierte en su objeto de transición.
Se transformará en su compañero de viaje, el amigo con el que se puede contar en los momentos de dificultad, ¡el que “siempre está”!
El suyo será un amor incondicional…hasta que llegue un día en el que, sin ningún motivo aparente, su inseparable amigo quedará abandonado en algún rincón de la casa.
Tu hijo ya no lo necesita, ahora es grande y puede enfrentarse él solo a la realidad.